Aventura Fotográfica en Islandia, 2ª edición

Hemos vuelto, al igual que el año pasado, eclipsados por esa luz, eterna que alberga todo el territorio de ésta inhóspita tierra islandesa. Con un tercio menos de kilómetros que la edición de 2010, casi dos mil los hemos recorrido a bordo de un confortable Cadillac Escalade cargado hasta los topes y alguno menos a lomos de un estupendo Land rover Defender, para los tramos más peligrosos de vadeos y pendientes de grava (algunas del 17%). Islandia nos ha mostrado en esta edición, siempre diferente a la anterior, seis de las ocho regiones en donde su luz nunca se apaga en esta época estival y en donde las personas que habitan sus ciudades, también nos sorprenden y deslumbran con sus cabellos nórdicos, quizá por la suerte de beber la más pura de las aguas del continente.

Después de un par de noches en la zona de Reykjanesta, donde sus formaciones y acantilados no dejan a nadie indiferente, partimos rumbo al norte, pasando por Geysir y Gulfoss, pero sin concederles más importancia que la que tiene para el turismo que allí se concentra, y por eso este año hemos atravesado por el interior la increible pista de Kjolur, solo abierta a partir de mayo o junio y que nos abre entre dos enormes glaciares, el paso interminable, insólito y desértico entre el Langjokull al oeste y Hofsjokull al este.

El interior del país, al igual que mucho de su paisaje, alejado del circuíto turístico, nos deja clara la grandeza del paisaje y lo que la naturaleza es capaz de mostrarnos si la miramos con detenimiento, y a la vez con respeto. Islandia es un país lleno de contrastes a cada paso que das, un país que necesariamente, tienes que volver una y otra vez a descubrir y volver a redescubrir, pues en cada rincón no distante en muchos kilómetros, los escenarios fotográficos, son únicos y además irrepetibles.

De las tierras desérticas del interior del país, que dejamos a pocos cientos de kilómetros atrás, llegamos al norte, mágico y encantador. Akureyri, la segunda ciudad en habitantes de Islandia, nos premia con la luz de su bahía de Eyjafjordur, en donde desde Dalvik, divisamos entre nieblas la cordillera de Latrastrond en frente nuestro y parados en la laguna que otras veces hemos visitado, para descubrir entre sus aguas, el crepúsculo de ese particular norte, límpido y gélido al mismo tiempo que cristalino y puro. Aunque el frío es aquí más latente pues estamos al norte, las mejores horas, después de la cena y hasta las dos de la madrugada aproximadamente, requieren de buena indumentaria, no camisas de cuadros cual turista despitado, sino entender que ésta parte de Islandia es país de frías bahías e interior imprevisible, por ello mejor prevenir con esas estupendas prendas térmicas (incluidas las camisetas abanderado de toda la vida) o aquellas más sofisticadas y que el progreso a puesto al alcance de todos. No hay nada peor que practicar la fotografía con el cuerpo entumecido o helado de frío…las ideas también se hielan y con ellas el espíritu.

Además de paisajes, Akureyri es también ciudad muy viva, industrial y comercial, en la que también quedan muestras de edificios curiosos y de ese reciente episodio histórico, en el que banqueros y políticos han sido juzgados y llevados a prisión, por ser responsables, como siempre lo son, unos pocos que por su clase social piensan que son más listos que los demás, o al menos, eso pensaban. En otros países europeos la corrupción, los rescates y las crisis acabarían pronto si siguieran el ejemplo de este método, “ojo por ojo”.

Aunque el norte de Islandia tiene mucho que ver, fuera del circuíto turístico, toda la franja nororiental del país está llena de espacios naturales vírgenes, inespugnados, a los que la poca población que habita este extenso territorio, tiene poco pisados, o por decirlo de alguna manera, cercanos pero bien escondidos. Uno de ellos es la bahía de Oxarfjordur, entre Tjornes y Melrakkasletta, lugar en el que puedes pasear por alguna de sus playas negras viendo atardecer durante un buen rato mirando al circulo polar ártico, frente a tí, sin ver pasar a nadie durante horas, excepto alguna furgoneta con dos habitantes de Kopasker, provenientes de un taller mecánico en busca de la solución mágica para abrir un vehículo de alta gama, en el que se han dejado las llaves dentro, por una volada de viento o bien alguna pareja dejando flores a sus difuntos a las doce de la noche en el cementerio de la aldea más recóndita. Islandia no te deja de sorprender.

Poco más en el interior, en Myvath, los reflejos del crepúsculo dibujan entre los cráteres de ésta estupenda área, predilecta de ornitólogos y amigos de la avifauna, los morados y violetas tonos de la paz, a quien se atreve a mirar cara a cara la estática laguna entre lagunas de su imponente lago. Lago en el que la luz, no desiste nunca en nuestra época de visita, y que año tras año nos concede la calma y quietud necesarias para coger fuerzas y proseguir viaje hacia el este para reunirnos con los hielos de Jokursarlon.

En esta etapa que nos espera, aunque larga, el paisaje volverá a tornarse ajeno y por supuesto distinto al anterior, lleno de contrastes en apenas tramos de kilómetros y mostrando de nuevo la diversidad de un territorio, de pura naturaleza abrupta y singular, cambiante y caprichosa. De nuevo desiertos, montañas con cubiertas nevadas en forma de boina, grandes puertos nevados y fiordos.

Nuestro recorrido nos lleva del norte al este, pasando paisajes llenos de esquisitez fotográfica y obligándonos a parar siguiendo nuestro itinerario marcado en pueblos pesqueros llenos de vida, como Djupivogur, donde el bacalao rebozado y el cafelillo nos dan fuerzas para seguir rumbo sur, a una de esas atracciones en las que puede haber gente, menos cuando nosotros, como marca el itinerario, la visitaremos como todas las anteriores, durante el crepúsculo, para cenar al lado de los “tormos” de hielo, entre bastidores, disfrutándo del viaje con buenos comensales, para digerir mejor lo que nuestros ojos ven y sienten, la aventura fotográfica de islandia.

De camino al sur y después de ocho intensos días nos toca bordear el sur de país para dormir a tan sólo 45km del volcán más destructivo del país, el Hekla, el cuál aunque dormido desde hace mucho tiempo, se empeñan en predecir su pronta erupción, todos los vulcanólogos del mundo. Mientras,  los efectos de otro volcán, también cercano, el Katla, ha hecho estragos en la carretera principal del país a su paso por Vik, al llevarse un puente de más de doscientos metros con la fuerza imparable de las aguas procedentes del deshielo provocado por un pequeño amago ocurrido hace poco mas de veinticuatro horas. Para muchos que no tienen vehículo todo terreno, y no tienen posibilidad de vadear ríos bordeando el glaciar Myrdalsjokull y hayan quedado atrapados en el sureste, esto le puede suponer hacer mil kilómetros rodeando de este a norte el país para volver a Reykjavik, ya que durante tres días el tráfico ha sido cortado y en vistas de soluciones de transporte, algún que otro autobús especial, se ha visto engullido entre las gravas y por las riadas con pasajeros incluidos dentro.

Provistos de los imprevistos, nuestro rumbo a Hvolsvollur, en vez de por la carretera principal deberá hacerse por la pista que bordea el glaciar, la F208 y que sumará cuatro horas de camino a nuestro siguiente destino, para dormir entre dos volcanes como niños no una noche sino dos, tentando a la suerte. Sin embargo el cambio de itinerario accidental nos merere la pena, aunque al día siguiente visitemos de nuevo la zona de Landmannaugar, con más calma, alguno de los rincones de esta pista ahora transitada por obligación por muchos, nos vuelve a descubrir rincones llenos de magia de este vasto territorio.

Durante dos días de exploración por algunas localizaciones ya marcadas y otras nuevas por descubrir, dentro de los dominios del temido volcán Hekla, los días de la aventura se van haciendo cada vez más intensos, y aunque el cansancio se empieza hacer presente en algunos, la satisfacción de ver lo que pocos antes han visto y fotografiado, nos llena de calma y al mismo tiempo de haber ganado al desafío otra vez de la aventura fotográfica en buena compañía.

Nos hemos ganado por fin el descanso, y por ello marchamos hacia la capital de Islandia, la conocida y amigable Reykjavik, en donde durante una tarde, una noche y una mañana disfrutaremos de la cocina del mejor cheff de Islandia, de las luces del atardecer en su bahía dorada y del estilo de vida calmado pero constante y en ebullición de islandeses/as jóvenes, que forman la mayor parte de la población de esta ciudad, paseable y encantadora.

Al final de todo viaje, siempre te queda lo mejor de esos momentos únicos que has vivido con gente maravillosa, que les apasiona la fotografía, y han venido a vivir esa aventura fotográfica, llena de instantes únicos, llenos de risas a pesar de la dureza del camino, de carcajadas ante las adversidades ocasionales, de buenos momentos, de generosidad, de todos esos valores y virtudes que florecen cuando percibiendo lo que nos rodea, naturaleza, lava, volcanes, glaciares, lagunas, desiertos…y ese espectáculo grandioso e indescriptible, nos hacemos pequeños, como somos, y entendemos realmente la importancia de las cosas, gracias a la naturaleza.

La fotografía, es eso, una sucesión de pequeñas cosas por descubrir, que nos hacen entender que disfrutando del viaje nada se convierte en pesadilla sino en una lección para seguir viviendo intensamente.

A mis compañeros de viaje, Eduardo, Carmen, José Ramón, Manuel Angel y Luis.

Agradecimientos a Joaquín Linares y en especial a Alfonso Linares, manager en españa de Boreal Travel y coordinador de la Aventura Fotografica Photolocus en Islandia.

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